1 abr 2012

Capítulo 3: N

El sonido de la sirena de la ambulancia se fue disipando en mis oídos a medida que se iba perdiendo por la calle con mi madre en su interior. Yo me quedé acurrucada en medio de la acera sin saber qué hacer. El hombre armado estaba inmovilizado por el joyero, y los demás estaban temblando sin actuar. Yo seguía agarrando el colgante con ansiedad.
Después de unos instantes se empezaron a oír otras sirenas, la de la policía seguida de la de otra ambulancia. Tardaron apenas unos segundos en llegar y esposar al hombre. Lo metieron con crueldad en el coche patrulla y después se aseguraron de que no había nadie más herido. En cuanto me vieron, se dirigieron a mí rápidamente porque pensaban que aquel charco de sangre que me rodeaba era mío. Con tranquilidad les expliqué que no era correcto.
- No, este... esta sangre no es mía. Es de... mi... madre.- No conseguía hablar con claridad. Los ojos se me empezaron a llenar de lágrimas y me fue imposible enfocar con claridad. Me ayudaron a levantarme y pronto vinieron dos paramédicos a tenderme una manta y subirme a la ambulancia junto con los otros rehenes.


Crucé las piernas mientras sujetaba la taza de infusiones verdes que me ardía en la mano. La manta olía a alcohol y a plástico. No era muy suave, pero calentaba bastante. De repente, las puertas se abrieron de par en par y por ellas surgió mi padre, que corría desesperado hacia mí agarrando la mano de mi hermano Neil, el cual parecía que iba a salir de un momento a otro volando.
- ¿Estás bien hija? Ya pasó todo... Tranquila.- Me abrazó como suele abrazarse a los niños pequeños cuando se caen y se hacen daño.
- Estoy bien - mentí-. Solo un poco cansada, nada más.
- ¿Y tu madre? ¿Dónde está?- Preguntó desesperado. Miró a ambos lados de la sala, pero, obviamente, no logró encontrarla.
- Papá, está en... el quirófano. Perdió mucha sangre y la están reanimando...- Dije entre sollozos. Mi padre me abrazó aún más fuerte para intentar calmarme. Mi vida se estaba desmoronando sin que yo me enterase.
- Papá -dijo de pronto mi hermano-, hay un doctor que quiere decirnos algo importante.- Señaló a un hombre vestido de blanco que salió de una sala con grandes cristaleras. Era calvo y grande, con ojos color botella.
- Em... Su mujer perdió mucha sangre, como ya le habrá comunicado su hija - señalo-. Hicimos todo lo posible...
Sentí una punzada en el estómago que me dobló el alma. No pude seguir escuchando al doctor. Mi padre se sentó en una de las sillas y empezó a llorar desconsoladamente. Mi hermano me abrazó con los ojos llorosos y vi un destello en su muñeca. Le aparté la mano para poder consolarle y cuando se la apartaba, toqué algo sólido en su muñeca, algo de metal. Le subí más la manga del jersey que llevaba puesto y entonces vi una pequeña pulsera plateada, de la cual colgaba una hoja color luna con pequeñas incrustaciones color oro. En ella se podía leer perfectamente una "N".
"Oh, no", pensé. Siempre que veía esa hoja significaba que algo malo iba a pasar.
- ¿De dónde has sacado esta pulsera, Neil?- Le pregunté subiendo el tono de voz.
- Yo... no lo sé.- Me respondió. Se puso rojo y salió corriendo hacia las escaleras que llegaban a la azotea del hospital. Salí corriendo detrás de él.
Abrí la puerta final de las infinitas escaleras y allí me lo encontré, sentado al borde de la terraza. Si se movía un solo centímetro, sería arrojado al vacío.
-Neil, ¿qué estás haciendo? Ven ahora mismo - Le supliqué-. Por favor.
- No, no si mamá está muerta.- Me miró con esa mirada de "lo siento" y se movió. Vi cómo desaparecía de mi vista sin que yo pudiese hacer nada. Corrí para poder agarrarle, pero fue demasiado tarde y solo pude sujetar el aire. Mi pelo se revolvió en pequeños bucles mientras observaba cómo mi hermano desaparecía de mi vida. Grité con todas mis fuerzas: ¡¡¡NO!!!
¿Cómo era posible que en apenas unas horas toda mi vida estuviese desapareciendo? Mi madre y mi hermano habían muerto. Mi padre enloquecería. Estaba sola ante el peligro.
- ¿Preparada?- Oí una voz a mis espaldas. Me giré con lágrimas en los ojos y le volví a ver. Esta era la primera vez que me hablaba.
-¿Qué?- Pregunté sin comprender el mensaje.
- Te pregunto si estás preparada para venirte conmigo Isabella. Ya nada te une a este mundo.- Me explicó.
- Te equivocas. Si no fuese porque tú has aparecido en mi vida, hubiese sido feliz durante el resto de mi vida. Tenía una familia que me quería, tenía amigos, un hogar, un futuro... Pero tú lo has estropeado todo.- Le escupí.
- Ya nada te une a este mundo.- Volvió a repetir.
- No es cierto. Mi padre aún sigue vivo.- Conseguí decirle.
- Tu padre morirá de pena- Me dijo con crueldad-. Tranquila, no te voy a hacer daño. Pero, por favor, ven conmigo. No puedo perder más tiempo. Sólo faltas tú.
- Entonces, si voy a ser desgraciada durante el resto de mi vida, prefiero morir.- Le argumenté.
- De acuerdo, entonces, dame la mano.- Me tendió la suya y yo la acepté, sin saber muy bien lo que iba a ocurrir. Entonces, una luz apareció en su mano y los dos nos sumimos en una oscuridad cegadora.


-¿Dónde estamos?- Le pregunté a aquel chico. El paisaje era apagado, gris. Era como en mis sueños.
- Estamos en un lugar de tránsito que conecta a mi mundo. - Avanzamos por una calle pedregosa hasta llegar a un portal mágico, como en los cuentos de hadas. Nos introducimos en él y de repente una luz intensa nos envuelve. Cuando consigo abrir los ojos, descubro que estamos en colinas llenas de flores extravagantes, de mil olores, tupidos árboles, edificios con extrañas runas, agua cristalina que cae en hermosas cascadas... Todo bello. Me quedé sin palabras.
- Por cierto, me he olvidado presentrame. Me llamo Ben -Se explicó-. Bienvenida a Mag, mundo de las almas.      


LRA


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